Blogia
La mateada

Cuando quieras, te cebo unos mates

La rutina es casi siempre la misma. Poner a calentar el agua, en esa pava grande, fornida, con personalidad (que encima calienta el mango), sobre la hornalla izquierda, la de atrás.

Un par de clic clic de este encendedor extraño que no me canso de mirarlo y a continuación, limpiar el mate que todavía tiene la yerba de la ronda anterior. No me gusta que esté sin yerba, no me gusta cuando lo encuentro limpio; me da la sensación que le han sacado la última historia que supo acompañar, la última compañía que pudo brindar.

La propia bombilla sirve de palita para arrojar la yerba vieja al cesto de basura; una enjuagadita rápida debajo de la canilla, mientras con la misma bombilla despego los restos de yerba vieja que se secaron en el borde y después seco su exterior con servilletas de papel.

El porongo tamaño mano, generoso sin exageraciones, tiene la boca ancha y abierta, el cuello más chico y el fondo grande, como me gusta. Se sostiene en un típico trípode de metal, que lo abraza con fuerza.

La bombilla no es de alpaca, como debiera, porque esa la perdí hace tiempo. La de ahora es simple, plana, del tamaño adecuado para el recipiente. El termo, azul por casualidad, es el mismo que me acompaña desde hace varios años, al igual que el mate y la bombilla: es “el equipo” ideal, como lo llamamos, elegido a gusto del usuario, a mi gusto, a mi capricho.

Pero mi mate no es un mate común. Mi mate estuvo en manos de la gente más importante que compone mi vida. De todos, sin excepciones. El conserva la compañía de esas largas noches solitarias de Internet o de silencios, cuando las teclas son las únicas que componen distintas melodías. Mi mate esperó por mi cuando las lágrimas me invadieron o cuando la risa estalló en mil carcajadas.

Mi mate hasta me jugó varias bromas, como llenarme los ojos de polvillo cuando suspiré desde el alma mientras algún recuerdo asaltaba mi mente y tenía el mate a tiro de la boca, muy cerca.

Mi mate oyó mis peleas, mis reconciliaciones; es el mudo testigo de un amor inmenso y grandioso que alcanzó varios meses de mi vida, es la excusa para la pausa, para la charla, para el silencio.

Mi mate estuvo en sus manos y en su boca, respiró conmigo donde respiran mis sueños, mis cobardías, mis grandezas. Mi mate fue suyo, inmensamente suyo. Sus tiernas manos lo abrigaron y sorbió de él el jugo de la tierra y de la sabia, la esencia misma de la hoja, el líquido caliente que compartimos tantas horas, tantas veces, con tanta entrega.

Mi mate tiene su recuerdo y su tibieza, sus manos seguras y cálidas, su aliento, su mirada, su sonrisa, su confesión, sus palabras, sus enojos, sus apuestas, su indescriptible ternura; mi mate tiene hasta su atrevimiento y su osadía, tiene sus pasos firmes, sus promesas, sus dolores, sus lágrimas, sus desilusiones, su trago amargo.

Siempre igual. El mate lo hago siempre igual. Mientras el agua calienta, limpio el recipiente y pongo yerba nueva, verde, intensa, perfumada, energética. A un costado le hago el mismo pocito que aprendí hace más de 30 años (más años que su vida); pongo un chorrito de agua tibia a veces preparada en un vaso aparte y otras, del agua que se está calentando, antes que la pava comience a chillar (signo inequívoco de que está llegando a su punto exacto). Es cuando siempre, sin pensarlo, la mente viaja y busca recuerdos, a veces cercanos y otros lejanos; es cuando la pausa de la espera nos transporta y bucea en las profundidades comprensibles e incomprensibles.

Un termo sediento, con la boca abierta, espera el agua caliente que está acostumbrado a tener, para después sacar, gota a gota, esa sabia verde que recorrerá nuestras entrañas dejando una sensación de saciedad tan especial.

Esta mañana, mientras hacía el mate que acompaña este escrito, tomé conciencia de ello. El ruido del agua al entrar al recipiente parece que fue distinto, fue intenso, quejoso, quizás solitario.

Hacía ruido de agua cayendo a borbotones, golpeando contra las paredes, entrando de prisa. Me quedé helado. Detuve la acción, miré con detalles todo lo que estaba haciendo y caí en cuenta de esta rutina. Rutina que va en busca del sabor del mate y de los secretos de la tierra que nos regala; que lleva la historia centenaria y la reciente, que sabe tan especial, que siendo amargo proporciona tanto placer y al comenzar a tomarlo, solo, pensativo, en la tibieza de la madera recordé la tibieza de tu piel, tu sonrisa, tu compañía, sentí tan cerca tu tibieza y volví a comprender que a pesar de la distancia, nunca estamos solos, si alguna vez, tan sólo una vez, compartimos este ritual extraño que sólo nosotros podemos entender, esta comunión, este intercambio de sabia, esta tibieza que siento entre mis dedos, que contengo en mis manos, que acerco a mi y tiene olor, sabor, calor.

Cuando ya casi se termina el agua, me detengo a mirarlo. Como siempre, sólo la mitad de la yerba está mojada y todavía hace espumita, cuando lo cebo. Me atrevo a tocarlo y siento que la otra parte, la otra mitad, la que todavía está seca, tibia, en su lugar, acomodada; está con sus propiedades intactas. Está lista para volver a ser disfrutada, está intensa, está fresca, verde como la esperanza, está lista para que le eche agua y pueda volver a sorber de ella.

Mi mate, el que me acompaña desde hace tantos años, está listo para la segunda vuelta, generoso, dispuesto, compañero.

Estos tiempos lo voy a disfrutar solo. Lo tendré entre mis manos, le contaré mis secretos y escuchará mis ilusiones, quizás se salpicará de risas y de lágrimas… pero todo el tiempo, a cada momento, me recordará la tibieza de tus manos, la calidez de tu alma, el sabor de tu vida, la energía de tu esencia, la indescriptible compañía que fuiste cada día, minuto a minuto… y cuando se enfrié lo volveré a calentar y volverás a estar, como siempre, para siempre.

Sabés cuánto me gusta el mate. Cuando lo dispongas, compartimos uno más… como aquel primero, con yerba nueva, con el roce de los dedos que se da cuando uno quiere y pasa o recibe el recipiente, con la mirada clavada en los ojos, con la sonrisa en el alma.

Acá está mi equipo listo, mi preferido. Y el agua, el agua está siempre a punto.  Cuando quieras, te cebo unos mates.

7 comentarios

antu -

QUE SE PUEDE DECIR??? NADA... ME QUEDE CON LA PALABRA EN LA BOCA CON LA MIRADA TIESA EN ESAS LINEAS TAN INTENSAS, TAN PROPIAS, TAN.... COMO DECIRLO TAN ARGENTINAS.... FELICITACIONES EXCELENTE POSTEO ME LLEGO Y CREO QUE A TODOS NOS LLEGO BIEN AL FONDO DE NUESTRO SER
MUY BUENO

Rafael -

Exelente... excelente. EXCELENTE. Felicitaciones. Supongo quien escribe... y cuando quieras, te cebo unos mates...

Paraguayo -

Bueno para gustos colores a mi me gusta mas el terere yerba mate y el agua bien fría
Bien amargo

Marcela -

la vida tiene coincidencias maravillosas. Alguien me habló de este sitio, de este blog y hace tiempo me prometo entrar.
Hoy, mate en mano, como buena argentina, decidí husmear en esta revista del alma y me encontré con este artículo. Lo leí dos veces y me dejó todo el día pensando.
Ahora, antes de dormir, decidí entrar y felicitar a su autor. Con tan poco, se puede decir mucho. Y cuantas veces con mucho, se dice tan poco y nada.
Felicitaciones matero. Gracias por ser argentino.

Julián -

Soy matero, pero matero de ley. El agua a 80 grados y ni azúcar ni yiyutos pal mate, sino amargo, como tiene que ser. Tenía el mate en mis manos cuando leía esto, de pura casualidad. Al rato de comenzar a leer, se me cayeron un par de lágrimas (y no soy hombre de lágrimas faciles). Me emocioné, me sentí identificado porque mi mate, en la calidez de su madera, también guarda sus recuerdos, el de un amor descontrolado, intenso, que si bien no pudo ser, nos permitimos vivirlo aunque sea un tiempo.
Hombre o mujer, quien lo haya escrito, sabe de qué se trata, estoy convencido. Felicitaciones por es posteo, hay que escribir desde adentro, con el alma, para escribir así.
Gracias por permitirnos esta lectura, a quien corresponda.

Elizabeth -

waw ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
mi novio es uruguayo y hasta leer esto me doy cuenta de la importancia del mate en su vidad, es una manera de amar también... y yo lo amo.

Mabel -

Estoy impresionada. Se me caen las lágrimas. No se de quien ni para quien es esto pero me corre escalofrio al leerlo. Excelente post!