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La mateada

¡Que cambiados están!

Hacía mucho tiempo que no estábamos todos juntos y el casamiento de Guillermo volvió a reunirnos. El secundario nos hizo amigos y a lo largo de los trece años que pasaron desde que dejamos el quinto año, supimos mantener a puro esfuerzo y cariño, la amistad de la que gozamos hoy en día, cuando los sueños de adolescentes son, en definitiva, preocupaciones más tangibles.
Que cambiados que están todos. Las caras aniñadas tienen la misma alegría de siempre pero ellas llevan los proyectos en los que estamos todos embarcados.
Las manos que se pasaban los discos de vinilo o las entradas al boliche se siguen estrechando con la misma fuerza que entonces, pero ahora acarrean otros sueños.
Raúl y Esteban me llamaron muy temprano. Llegaron con el amanecer y fui a buscarlos a la terminal. Hicieron más de mil kilómetros para estar en el casamiento que volvería a reunirnos como lo hacíamos antes. Iban a estar todos, o casi todos, y nadie quería faltar a la cita.
Recién cuando los volví a ver me di cuenta de cuánto los extrañaba. Hacía un par de años que no nos sentábamos a conversar y con la charla llegaron las novedades. Raúl estaba por convertirse en padre y esa situación lo tenía feliz y ansioso. En dos días más Esteban cumplía 32 años y aunque sigue soltero, estaba pensando también en formalizar. Yo seguía en medio de las corridas entre el trabajo y mi alocada vida llena de proyectos.
Ahí estábamos los tres amigos hablando del pasado, del presente y del futuro; ahí nos atropellábamos por contar nuestras novedades y abriendo grandes los ojos ante las vivencias, propias y extrañas, pero recientes.
Qué alegría sentí al volver a verlos. Supe nuevamente que nunca estuve solo y que a pesar de la distancia, nuestra amistad sigue con la misma mística que supo lograr hace más de una década.
Estaremos todos tan cambiados, o seguiremos siendo los mismos que nos abrazábamos para bailar mientras escuchábamos el tema que gritaba vivencias que creíamos propias. Acaso no somos aquellos que sin previa cita nos encontrábamos todas las tardes para tomar un tereré. Habremos dejado de ser los chicos que prometíamos luchar por un mundo justo y solidario. Ya no lloraremos de alegría por la felicidad de los amigos, o de tristeza, por amores perdidos.
Será que nos olvidamos del sueño utópico de vivir todos muy cerca. Acaso los chicos perdieron la mano para sacar el asado justo a punto. No habremos pasado la etapa de las cargadas rotativas que tanta gracia causaban a quienes no estaban de turno. Ya no sonarán los teléfonos a la madrugada para avisarnos que están todos en la casa de alguno de nosotros. Ya no pondremos sal o picantes en el vaso del que estaba desatento.
Raúl y Esteban resumieron los dos últimos años de sus vidas haciendo comentarios uno sobre el otro, mientras preguntaron detalles recientes de mi vida y de quienes están cerca de donde vivo; se atropellaron para hablar, se rieron de situaciones gastadas que nos siguen pareciendo muy graciosas, como cuando Reinaldo pidió hamburguesas en un lugar que se llamaba Solo Pizza, cuando viajamos a Bariloche.
Me quedé pensando si habíamos cambiado o seguíamos siendo los mismos; no hizo falta decirnos con palabras cuántos nos queremos porque nuestras miradas, adultas y más calmadas, nos hizo sentir el afecto de siempre; el tono de nuestra voz abrazó al amigo que escuchaba atento nuestro hablar más pausado. Las risas tiradas al aire fueron aquellas que en el secundario festejaron como propias las alegrías ajenas. Y nuestro interior sintió la paz que deja saber que nuestra gente sigue ahí, muy cerca, aunque el tiempo y las distancias nos separen.
Si, creo que somos los mismos y que también hemos cambiado. Hablábamos del niño de Raúl que estaba por nacer y del proyecto de vida de Esteban mientras salíamos hacia el auto que nos llevaría al casamiento. De pronto, Esteban y Raúl salieron corriendo, a los empujones, peleando por llegar antes para sentarse adelante, en el auto, tal como lo hacían desde que nos conocimos, hace más de quince años.
Y me reí porque no lo podía creer. Estamos todos tan cambiados pero al final, seguimos siendo los mismos.
Esa noche, en medio de la fiesta, se me cruzó la mirada con el novio y cuando nos dimos cuenta, llorábamos los dos, abrazados. Llorábamos de alegría y de emoción. Qué cambiados que estamos todos. Pero seguimos siendo los mismos.

2 comentarios

ezequiel -

Autor: ezequiel
admito que no soy escritor, pero no me gusta que el escrito diga todo, dejame que piense e imagine una parte (crítica subjetiva y constructiva)

ezequiel -

admito que no soy escritor, pero me gusta que el escrito diga todo, dejame que piense e imagine una parte (crítica subjetiva y constructiva)