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La mateada

Tacos altos, ilusiones cortas

La joven que en esta historia se llamará María tiene menos de veinte años aunque su rostro demuestra muchos más. Lleva encima un maquillaje barato, exagerado; ropas llamativas, una pollera muy corta y botas negras, de tacos altos; tiene manos chicas y olor a lavanda. En la cartera, dice, hay distintos colores de lápices labiales, perfume, cigarrillos, monedas y profilácticos: todo lo que necesita para trabajar.
Casi todas las noches, desde hace unos tres años, sube y baja de distintos camiones que la levantan o la descienden entre Jardín América y Monte Carlo, su área de trabajo, aunque la mayoría de las veces prefiere quedarse en Puerto Rico, porque así se asegura de volver temprano a casa.
Cuando el sol amaga esconderse, cada tarde, sale vestida con ropa sencilla que se cambiará después “en lo de mi amiga”, para no alertar a la familia ni a los vecinos, a quienes dice que trabaja en un comercio de comidas. Su padre y sus hermanos varones están desocupados, “pero hacen changas” y su madre, un ama de casa, a veces cose para los vecinos y así junta algo de dinero “para la olla” y mandar a los hermanos más chicos a la escuela.
María sostiene el hogar y para ello se prostituye.

El trabajo
Al principio le costó hablar y no entendía para qué querían conocer su historia. Cuando aceptó la charla puso condiciones, mínimas, inocentes, que se iban a cumplir de todas maneras: “ni mi nombre verdadero –que nunca dijo–, ni fotos”, disparó antes de desafiar: “preguntá lo que quieras”.
María nunca terminó el secundario que comenzó en otro pueblo. Su familia decidió venir a Puerto Rico hace unos seis o siete años, tras una oportunidad laboral para el jefe de la familia, que finalmente no prosperó. Pasaron muchas necesidades y todos comenzaron a trabajar: el padre y los varones en changas y María, como empleada doméstica en una casa donde la trataban bien pero no le pagan mucho, “no alcanzaba…, no pagaban casi nada”.
Una amiga más grande la convenció “para trabajar con ella, para ayudarme. Me dijo que se ganaba bien, por lo menos un tiempo, para ayudar en mi casa…”. Ella, la amiga de María, le arregló las primeras citas, “con un cliente fijo de ella… para que yo pruebe… pero yo tenía que decirle al tipo si me preguntaba que yo tenía veinte años”. Y María se hizo mujer a los 16 años, a cambio de veinte pesos.
Muy pronto vinieron nuevos clientes, que comenzó a conseguirlos sola, en la ruta, con viajantes, en despedidas de solteros, como regalo de cumpleaños. Y trabajó en autos, camiones, hoteles, moteles, balnearios, caminos vecinales y algunas casas.
Si hay dinero extra, puede acompañar a los clientes hasta “Jardín o Monte Carlo, pero más lejos no porque después tengo que volver”.
María dice que los clientes siempre la trataron bien aunque pelan el precio, que no acepta ir “ni con muy pendejos ni con muy viejos” y que lo días de lluvia no trabaja sino que se queda en la casa de la amiga, tomando mates.
Cuando se le preguntó a María si la familia estaba al tanto de la situación, dijo que no, pero después de un breve silencio, respondió en voz muy baja “mi mamá sabe…, se dio cuenta… se enojó mucho, me dijo de todo…, no quiere que yo haga esto y me dijo que le iba a contar a mi viejo pero yo le dije que si le contaba, yo me iba de casa y no me iban a encontrar más. Si le cuenta, mi viejo me mata, pero yo me voy a Entre Ríos, a Buenos Aires…, a muchos lados me puedo ir”.

La consecuencia
Detrás del maquillaje pesado, demasiado exagerado para su rostro bonito, hay una adolescente a la que le gustaría dejar todo esto, pero no encuentra un trabajo donde juntar los 400 ó 500 pesos que hace por mes. Pero cuando deje el oficio, además, dice, “me voy a tener que ir de Puerto Rico porque acá los vagos me conocen y no voy a conseguir novio, ni marido, ni nada….”.

1 comentario

Hippel -

Quiero que leas mi novela.
Está en mi libro-blog: http://mentasalucinantes.blogspot.com

Y después me cuentas.
Saludos!
Hippel