Blogia
La mateada

Simple, muy simple

Le gustan las cosas simples, sencillas, pero con significado. Claro que el significado dependerá de cada uno, dice cada que puede hacer esa aclaración. Una noche de sábado, en un cálido otoño que se parece más a la primavera, a la orilla del Paraná, mientras un grupo de bullangueros bailaba y reía al ritmo de un chamamé, pudo abstraerse y observar un largo rato.
Cree, contará después, que ahí mismo le dieron ganas de escribir, de contar las cosas opuestas que veía, como a ese grupo de adultos jóvenes que se zarandeaba a un ritmo conocido pero que no le era propio, por una cuestión generacional. El esfuerzo por demostrar que sabían y las morisquetas de sus cuerpos confirmaban lo que trataban de negar: la música, ese baile, no les era propio, aunque la escucharon y bailaron desde chicos. Pero sólo era una sana diversión, sin mayores significados aparentes.
El enorme predio, con césped verde, cuidado, del club ocasional, gritaba en silencio miles de significados: la brisa todavía fresca de una noche que debía ser fría en Misiones se colaba por los cuatro laterales descubiertos del enorme tinglado. Adentro, debajo de las chapas sin cielorraso, las luces de colores giraban frenéticas y, al escaparse por uno de sus lados, coloreaban el tronco de un añoso árbol de mango pintado de blanco, a la cal. El piso de cemento, con sus típicas grietas soportaba también, como tantas veces, los largos mesones armados de caballetes y tablones. Sobre ellos, el banquete: choripanes, sus salsas y aderezos, comida regional, los postres y la torta, además de los vasos con vinos, cervezas y gaseosas.
Alguien cumplía esa noche poco más de 30 años. El conocía a casi todos desde hace más de 20, la misma cantidad de años que vio repetirse ese tipo de escena cientos de veces. Y ahí estaban otra vez, como quizás estarán otras cientos de veces. Y sonrió.
Un enorme lapacho, que ya florece, mira al río desde vaya a saber cuánto tiempo. A un costado, el quincho más pequeño echa humo constante por la chimenea de una parrilla grande, sobre la que se renuevan chorizos y panes. Atrás, al fondo, después de un alambrado sujeto con postes bajos de madera, se alinean una veintena de autos impecables que reflejan la luz de una luna que nadie lograría ver, si quisiera, desde donde están.
Un aplauso repentino festeja la torpeza de algún descuidado que rompió una botella mientras el ritmo vuelve a cambiar por enésima vez; alguien arenga a la masa para que el baile no termine antes de que salga el sol, en honor al anfitrión.
El río está calmo. Bajo un cielo estrellado sus aguas se perciben oscuras, sucias, eternas. A pocos metros alguien fuma un cigarrillo mirando el vacío, la nada, quizás un poco abstraído del tiempo presente.
No sabe si es el que mira o el que fuma. Son dos personas distintas o quizás sea la misma. Por un segundo el tiempo no existe y esa fiesta lo remontó a los años mozos, cuando conoció en ese mismo lugar al amor de su vida.
El recuerdo se hizo presente y sintió el calor de aquel amor con la misma intensidad que entonces y vivió nuevamente sus años de adolescentes, caminados en el mismo club, divertidos en el mismo patio, soñado bajo la misma luna.
Cerró los ojos y sintió como en aquellos tiempos las mismas voces, las mismas alegrías, las expresiones tan conocidas y no existió, de repente, ni pasado ni presente porque siempre fueron los mismos. Nada había cambiado, pensó cuando un par de lágrimas de tanta emoción le corrieron por una mejilla para desaparecer en la misma arena que bajo sus pies también absorbió hace muchos años otras desilusiones.
Todo estaba como siempre, como hace mucho, como en el futuro. Sólo que esta vez la adolescencia desapareció de pronto, con una vocecita que lo trajo al presente:
-papito, ¿qué estás haciendo?...

0 comentarios