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La mateada

Partera, por amor a la vida

Su nombre es María del Pilar Villaba pero todos la conocen como la Abuela Guimaraez. Por más de 40 años fue la partera de los más necesitados. Cuidó a mujeres extrañas como si fueran sus hijas. Su historia y su calidez, en una entrevista realizada en 2003.

Toda guerra trae consigo consecuencias nefastas. Muerte, caos y familias enteras dispersas. Y otras indirectas, personas que escapan de su país en busca de un futuro mejor o, como en este caso, algunas que ayudan el crecimiento de una ciudad. Y vaya paradoja: llegó escapándole a la muerte y aquí ayudó a dar vida a cientos de personas a lo largo de más de 40 años como partera.

En el año 1934, mientras paraguayos y bolivianos se desangraban en defensa de lo que ambos consideraban su territorio en la llamada Guerra del Chaco, María del Pilar Villalba, con solo 14 años, llegaba a tierras argentinas desde su Paraguay natal, para escapar del conflicto.

"Yo llegué soltera pero acá conseguí para mi novio”, dice. Un año después de su llegada, en 1935, se casó con Pedro Guimaraez, con el que tuvo diez hijos y quien, según cuenta su viuda, era un hombre generoso y solidario. Estas cualidades también fueron suyas y permitieron que la Abuela Guimaraez ayude a una gran cantidad de mujeres, en su mayoría de escasos recursos, quienes dieron a luz a sus hijos en el calor de un hogar, el de la Abuela, “porque antes había más pobreza que ahora”, afirma".

"Estas mujeres llegaban descalzas, con hambre; entonces lo primero que yo hacía era lavarles los pies con agua caliente”.

"Me encanta ayudar"

De sus comienzos como partera recuerda que se inició por necesidad y porque “en esos tiempos el hospital estaba muy pobre, muy mal. Nosotros vivíamos solos en la zona de Mbopicuá y ahí tuvo lugar mi primer parto; antes no había casi nada allí pero a cualquier hora llegaba gente..., hasta del Paraguay llegaban, sin nada. Venían porque nosotros les dábamos todo. Yo tenía mucha voluntad porque me encanta ayudar a mi prójimo”, asegura en voz pausada, baja y aún con los matices de su lengua natal.

Los partos los realizaba en su casa o si la venían a buscar, en el domicilio de quien la necesitaba. "Cuando llegaba a una casa y veía a mi paciente enferma, caminando por ahí, le decía... vení a sentarte, yo te voy a lavar los píes con agua tibia. Ellas tenían vergüenza porque nunca tuvieron a alguien que les lavara los pies. Yo lo hacía porque ese era mi deber”, resaltó.

A la abuela le gustó contar su historia. Durante la charla estaba cómoda, tranquila. Abundó en detalles que enriquecieron su relato. Recordó, por ejemplo, que acostaba a las parturientas en la cama y les decía que ya estaba por venir el bebé, "les ponía un trapo tibio, sobre todo en invierno. Después de un rato, casi sin pensarlo, el bebé ya nacía".

Contaba con la ayuda de sus hijas cuando recibía pacientes en su casa. Ellas, además de lavarles los pies a las pacientes, fabricaban pañales con trapos y ropitas para los recién nacidos. Su esposo mataba animales de su propio gallinero para preparar la sopa. “Tuve la suerte de que él fuera muy generoso, lo último que teníamos lo compartíamos con todos”, recuerda.

Leña y agua tibia

Eran otros tiempos y trabajaba con lo que había a mano. Usaba leñas para lograr calor y para calentar a la parturienta, colocaba carbón debajo de la cama. “Yo llenaba de agua tibia una bolsa de goma y allí cobijaba a los bebés”, contó, antes de recordar con pena a "aquellas tres nenitas de Uruguaí que murieron de frío: si nacían conmigo, eso no hubiera sucedido; yo me sacaba la ropa y las envolvía. De frío no iban a morir conmigo”, dijo con seguridad.

El sustento de la familia Guimaraez salía del trabajo en la chacra: tenían unas catorce hectáreas y don Pedro, quien falleció en 1969, acarreaba maderas desde Cuñá Pirú hasta Puerto Rico, con un carro impulsado por tres bueyes.

La Abuela vive hoy en el barrio aledaño al hospital de Puerto Rico. Recuerda que una vez un médico local quiso denunciarla porque ella no era enfermera y no tenía estudios, pero esa acusación no prosperó. “Yo atendía en mi casa, eso es lo que no le gustaba al doctor, porque estando cerca del hospital la gente venía aquí”.

Pero la Abuela Guimaraez no era la única partera de la zona. “Estaba también doña Catalina Freiberger; ella tenía mucho trabajo con su gente. En esa época la gente era muy racista”, tanto que recuerda una anécdota: “una vez atendí a una señora alemana que no me habló en todo el parto porque había pedido a doña Catalina, y cuando habló, solo lo hizo en alemán”, comentó con una sonrisa.

María del Pilar Villalba, más conocida por su apellido de casada como Abuela Guimaraez, a los 86 años recién cumplidos -nació un 12 de octubre- dice que todo lo que hizo “fue en nombre de Dios. Porque él me tomó como un instrumento suyo para ayudar a dar vida. Por eso nunca cobré por mi trabajo, porque lo hacía de buena cristiana”, asegura.

Los casos más raros

Cuenta que entre los casos más curiosos le tocó ver nacer a una criatura sin cabeza. “Yo tocaba a la madre pero no encontraba la cabecita del bebé. Pensaba "qué raro es este parto". Le agarraba contracciones pero no era natural porque no hallaba la cabeza. Mandé llamar a un doctor pero este llegó cuando había nacido ya la criatura. No quise decirle a la mamá lo que pasaba porque el niño estaba vivo. Respiraba. El doctor me dijo que no me asustara, que eso solía pasar y lo tomó de una manera muy natural. Hasta hoy no me explico cómo fue posible ese nacimiento. El niño vivió pocos minutos y nació con unos cuatro kilogramos”.

El otro caso es el de “un bebé que era muy chiquito. Nosotros no los pesábamos, pero a este si, por su curioso tamaño, tenía 90 gramos. Yo dejé a mi bebé en casa para estar con este, porque parecía un muñeco. Lo calentaba con la bolsa de agua tibia. Cuando le mostramos al doctor el bebé, él le dijo a la mamá que siguiera haciendo lo mismo para que el bebé se acostumbrara y no extrañase lo que le hacíamos en casa. El chico estaba bien sanito”.

El último parto

"Hace unos seis años vino una señora a buscarme para que fuera a atenderla. Yo le dije que no porque ya estaba muy vieja, ya no tenía fuerzas, ya no me sentía capaz y que en el hospital había buenos médicos".

Sin embargo, esa tarde vino su esposo "a contarme que la señora lloró porque quería tener a su hijo conmigo y que no sabía qué iba a hacer porque no quería parir en el hospital. El señor me ofreció plata para que atendiera a su señora pero no acepté su dinero, porque yo nunca trabajé por plata; yo trabajé siempre por amor. Entonces le avisé que iba a ir para ayudarla. A los tres días nació el bebé. Desde ese momento dije que esa sería a última criatura que hacía nacer”.

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La familia

Después de ayudar a dar a luz a cientos de mujeres, la Abuela Guimaraez tiene 24 nietos de los cuales 23 nacieron con ella, “menos el último, que nació en una clínica. Este nació con problemas en el ombligo, en cambio los que lo hicieron conmigo no tuvieron problemas”. A su vez tiene ocho bisnietos y diez tataranietos

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