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La mateada

Querido Chacho

Hace 18 años se murió un amigo. En aquel entonces él tenía 18 años. Supongo que su vida no pasó desapercibida para nadie de los que pudimos conocerlo y tratarlo en profundidad. Chacho, así lo llamábamos, era de risa amplia, manos fuertes, caminar pausado y sobre todo, como la mayoría de los amigos, era un tipo leal.

Por esas paradojas del destino, su vida y su muerte incidieron con fuerza en mi. Una vez que enfrenté al destino y salí en busca de nuevos horizontes, fue el único que a la distancia se acercó con una carta remitida en papel, donde además de la contención que se necesita en esos momentos, recuerdo una frase que me sonó fuerte: “escribo esto con lágrimas en los ojos”, lágrimas de emoción y de afecto, que se profesa con increíble sinceridad.

Chacho se murió en un accidente de tránsito. Su muerte me arrancó con fuerza del pueblo donde vivíamos y fue el motor que no encontraba en aquel entonces para salir en busca de algo que me contuviera; Chacho se apareció en mis sueños en el momento de más desesperación y su sonrisa contagiosa, llena de ternura, siempre fue un alivio.

Chacho era bastante solitario pero aún así tuvo muchos amigos; era simpático y ocurrente, serio y muy divertido. Hacía los mejores tererés de limón exprimidos que tomé y portaba un cuerpo de gimnasta; sabía escuchar y la ironía era una de sus más notables características.

Chacho Wolfart me dejó una marca que llevaré e por vida: cuando estaba paralizado y sin destino, me miró y dijo lo más simple y lo más indicado: “hacé algo”. Miles de veces, en estos 18 años que pasaron, sentí su frase y su aliento, su apoyo, su reclamo, su acompañamiento. Desde entonces, y creo ya que para siempre, su recuerdo y su amistad fue sentando una base sólida muy dentro mío, convertido en idea y en un motor en quien inspirarme y a quien recurrir, ya que la muerte, absurda, lo puso en mi para siempre.

Cada tanto visito su tumba. Hace muchos años que ya no lo lloro y es probable que ya no lo llore, aunque lo extraño y cuando pienso en él, me duele y me embronca su ausencia. Me hubiera gustado verlo maduro y productivo. Hay veces que imagino la vida que no tuvo y la rutina que se le negó; los hijos que no dejó y los amores que no fueron.

Pero siempre hablo con él, le cuento, pregunto, me apoyo.

Hace días que vengo pensando que ya lleva de muerto el mismo tiempo que tuvo de vida. Hoy le dedico estás reflexiones, estos pensamientos, unas palabras; parte, seguramente, de las charlas que siempre quedan pendientes, del abrazo que faltó, de la discusión que no tuvimos, de la última carcajada; de la mirada profunda y silenciosa que se cruza en momentos especiales y que dicen todo, aunque no hayan sonidos.

Hoy te recordé, querido Chacho, como seguiré recordando tu corta vida y tu larga existencia. Nos estamos charlando, un día de estos.

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