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La mateada

La existencia del alma en el Caio

De: Diario de Una Mujer Gorda, de Hernán Casciari
Ubicación original del post: http://mujergorda.bitacoras.com/archives/000131.html


El Zacarías y yo tomamos mate. Siempre. A cualquier hora. Las veces que estuvimos a punto de separarnos, las veces que llegó un hijo nuevo a casa, cuando lo echaron del trabajo, cuando Argentina salió campeón del mundo, cuando se cayeron las torres gemelas. Cuando murió mamá... Entre el Zacarías y yo hubo días sin besos a la mañana, semanas sin dirigirnos la palabra, meses enteros sin juntar los pelos, años larguísimos sin un peso en el bolsillo. Pero no hubo nunca en nuestro matrimonio un solo día sin que él o yo nos sentáramos en silencio a tomar mate.

El mate no es una bebida, corazones de otro barrio. Bueno, sí. Es un líquido y entra por la boca. Pero no es una bebida. En este país nadie toma mate porque tenga sed. Es más bien una costumbre, como rascarse. El mate es exactamente lo contrario que la televisión. Te hace conversar si estás con alguien, y te hace pensar cuando estás sola. Cuando llega alguien a tu casa la primera frase es “hola” y la segunda “¿unos mates?”.

Esto pasa en todas las casas. En la de los ricos y en la de los pobres. Pasa entre mujeres charlatanas y chismosas, y pasa entre hombres serios o inmaduros. Pasa entre los viejos de un geriátrico y entre los adolescentes mientras estudian o se drogan. Es lo único que comparten los padres y los hijos sin discutir ni echarse en cara. Peronistas y radicales ceban mate sin preguntar. En verano y en invierno. Es lo único en lo que nos parecemos las víctimas y los verdugos. Los buenos y los hijos de puta.

Cuando tenés un hijo, le empezás a dar mate cuando te pide. El Caio empezó a pedir a los cinco. La Sofi a los nueve. El Nacho a los tres. Se lo das tibiecito, con mucha azúcar, y se sienten grandes. Sentís un orgullo enorme cuando un esquenuncito de tu sangre empieza a chupar mate. Se te sale el corazón del cuerpo. Después ellos, con los años, elegirán si tomarlo amargo, dulce, muy caliente, tereré, con cáscara de naranja, con yuyos, con un chorrito de limón.

Cuando conocés a alguien por primera vez, te tomás unos mates. La gente pregunta, cuando no hay confianza:

—¿Dulce o amargo?

El otro responde:

—Como tomes vos.

Yo les escribo siempre a ustedes con el mate al lado del teclado. Leo los comments con el mate al lado. Los teclados de Argentina y Uruguay tienen las letras llenas de yerba. La yerba es lo único que hay siempre, en todas las casas. Siempre. Con inflación, con hambre, con militares, con democracia, con cualquiera de nuestras pestes y maldiciones eternas. Y si un día no hay yerba, un vecino tiene y te da. La yerba no se le niega a nadie. Ni a la vieja Monforte.

Escribo esto por algo. Hoy llegamos todos de la calle y el Caio estaba tomando mate solo. Nunca antes había tomado mate solo. Siempre con el Chileno Calesita, o con la hermana, o con nosotros. Solo jamás.

Éste es el único país del mundo en donde la decisión de dejar de ser un chico y empezar a ser un hombre ocurre un día en particular. Nada de pantalones largos, circuncisión, universidad o vivir lejos de los padres. Acá empezamos a ser grandes el día que tenemos la necesidad de tomar por primera vez unos mates, solos. No es casualidad. No es porque sí. El día que un chico pone la pava al fuego y toma su primer mate sin que haya nadie en casa, en ese minuto, es porque ha descubierto que tiene alma. O está muerto de miedo, o está muerto de amor, o algo: pero no es un día cualquiera.

El Caio no sabe qué carajo le pasa. No va a recordar este día. Ninguno de nosotros nos acordamos del día en que tomamos por primera vez un mate solos. Pero debe haber sido un día importante para cada uno. Por adentro hay revoluciones. Yo no me acuerdo de mi día. Zacarías tampoco. Nadie se acuerda. Pero hoy el Caio empezó a tomar mate solo. Hoy, 8 de enero del 2004, a la madrugada. Su padre y yo, escondidos en el pasillo, empezamos a mirarlo con respeto.

Honra, valor, asistencia...

Dicen que lo bueno, cuando es breve, es dos veces bueno. Escuché esto al pasar, corto, contundente, preciso, y me quedó dando vueltas en la cabeza: Es bueno. Y es breve. Dice así: 

Al amigo hay que honrarlo cuando está presente, valorarlo cuando está ausente y asistirlo cuando necesita.

Gracias por venir

El blog Mateada tiene tres años. Recién ahora, en enero de 2007, se me ocurrió ponerle un contador de visitas, a sugerencia de un amigo. La verdad que me sorprendió descubrir que cada día hay nuevas entradas y que son varios los que se acercan a esta mateada, esta ronda de amigos, una revista que cuenta cosas de adentro.

Gracias por venir.

Cuando quieras, te cebo unos mates

La rutina es casi siempre la misma. Poner a calentar el agua, en esa pava grande, fornida, con personalidad (que encima calienta el mango), sobre la hornalla izquierda, la de atrás.

Un par de clic clic de este encendedor extraño que no me canso de mirarlo y a continuación, limpiar el mate que todavía tiene la yerba de la ronda anterior. No me gusta que esté sin yerba, no me gusta cuando lo encuentro limpio; me da la sensación que le han sacado la última historia que supo acompañar, la última compañía que pudo brindar.

La propia bombilla sirve de palita para arrojar la yerba vieja al cesto de basura; una enjuagadita rápida debajo de la canilla, mientras con la misma bombilla despego los restos de yerba vieja que se secaron en el borde y después seco su exterior con servilletas de papel.

El porongo tamaño mano, generoso sin exageraciones, tiene la boca ancha y abierta, el cuello más chico y el fondo grande, como me gusta. Se sostiene en un típico trípode de metal, que lo abraza con fuerza.

La bombilla no es de alpaca, como debiera, porque esa la perdí hace tiempo. La de ahora es simple, plana, del tamaño adecuado para el recipiente. El termo, azul por casualidad, es el mismo que me acompaña desde hace varios años, al igual que el mate y la bombilla: es “el equipo” ideal, como lo llamamos, elegido a gusto del usuario, a mi gusto, a mi capricho.

Pero mi mate no es un mate común. Mi mate estuvo en manos de la gente más importante que compone mi vida. De todos, sin excepciones. El conserva la compañía de esas largas noches solitarias de Internet o de silencios, cuando las teclas son las únicas que componen distintas melodías. Mi mate esperó por mi cuando las lágrimas me invadieron o cuando la risa estalló en mil carcajadas.

Mi mate hasta me jugó varias bromas, como llenarme los ojos de polvillo cuando suspiré desde el alma mientras algún recuerdo asaltaba mi mente y tenía el mate a tiro de la boca, muy cerca.

Mi mate oyó mis peleas, mis reconciliaciones; es el mudo testigo de un amor inmenso y grandioso que alcanzó varios meses de mi vida, es la excusa para la pausa, para la charla, para el silencio.

Mi mate estuvo en sus manos y en su boca, respiró conmigo donde respiran mis sueños, mis cobardías, mis grandezas. Mi mate fue suyo, inmensamente suyo. Sus tiernas manos lo abrigaron y sorbió de él el jugo de la tierra y de la sabia, la esencia misma de la hoja, el líquido caliente que compartimos tantas horas, tantas veces, con tanta entrega.

Mi mate tiene su recuerdo y su tibieza, sus manos seguras y cálidas, su aliento, su mirada, su sonrisa, su confesión, sus palabras, sus enojos, sus apuestas, su indescriptible ternura; mi mate tiene hasta su atrevimiento y su osadía, tiene sus pasos firmes, sus promesas, sus dolores, sus lágrimas, sus desilusiones, su trago amargo.

Siempre igual. El mate lo hago siempre igual. Mientras el agua calienta, limpio el recipiente y pongo yerba nueva, verde, intensa, perfumada, energética. A un costado le hago el mismo pocito que aprendí hace más de 30 años (más años que su vida); pongo un chorrito de agua tibia a veces preparada en un vaso aparte y otras, del agua que se está calentando, antes que la pava comience a chillar (signo inequívoco de que está llegando a su punto exacto). Es cuando siempre, sin pensarlo, la mente viaja y busca recuerdos, a veces cercanos y otros lejanos; es cuando la pausa de la espera nos transporta y bucea en las profundidades comprensibles e incomprensibles.

Un termo sediento, con la boca abierta, espera el agua caliente que está acostumbrado a tener, para después sacar, gota a gota, esa sabia verde que recorrerá nuestras entrañas dejando una sensación de saciedad tan especial.

Esta mañana, mientras hacía el mate que acompaña este escrito, tomé conciencia de ello. El ruido del agua al entrar al recipiente parece que fue distinto, fue intenso, quejoso, quizás solitario.

Hacía ruido de agua cayendo a borbotones, golpeando contra las paredes, entrando de prisa. Me quedé helado. Detuve la acción, miré con detalles todo lo que estaba haciendo y caí en cuenta de esta rutina. Rutina que va en busca del sabor del mate y de los secretos de la tierra que nos regala; que lleva la historia centenaria y la reciente, que sabe tan especial, que siendo amargo proporciona tanto placer y al comenzar a tomarlo, solo, pensativo, en la tibieza de la madera recordé la tibieza de tu piel, tu sonrisa, tu compañía, sentí tan cerca tu tibieza y volví a comprender que a pesar de la distancia, nunca estamos solos, si alguna vez, tan sólo una vez, compartimos este ritual extraño que sólo nosotros podemos entender, esta comunión, este intercambio de sabia, esta tibieza que siento entre mis dedos, que contengo en mis manos, que acerco a mi y tiene olor, sabor, calor.

Cuando ya casi se termina el agua, me detengo a mirarlo. Como siempre, sólo la mitad de la yerba está mojada y todavía hace espumita, cuando lo cebo. Me atrevo a tocarlo y siento que la otra parte, la otra mitad, la que todavía está seca, tibia, en su lugar, acomodada; está con sus propiedades intactas. Está lista para volver a ser disfrutada, está intensa, está fresca, verde como la esperanza, está lista para que le eche agua y pueda volver a sorber de ella.

Mi mate, el que me acompaña desde hace tantos años, está listo para la segunda vuelta, generoso, dispuesto, compañero.

Estos tiempos lo voy a disfrutar solo. Lo tendré entre mis manos, le contaré mis secretos y escuchará mis ilusiones, quizás se salpicará de risas y de lágrimas… pero todo el tiempo, a cada momento, me recordará la tibieza de tus manos, la calidez de tu alma, el sabor de tu vida, la energía de tu esencia, la indescriptible compañía que fuiste cada día, minuto a minuto… y cuando se enfrié lo volveré a calentar y volverás a estar, como siempre, para siempre.

Sabés cuánto me gusta el mate. Cuando lo dispongas, compartimos uno más… como aquel primero, con yerba nueva, con el roce de los dedos que se da cuando uno quiere y pasa o recibe el recipiente, con la mirada clavada en los ojos, con la sonrisa en el alma.

Acá está mi equipo listo, mi preferido. Y el agua, el agua está siempre a punto.  Cuando quieras, te cebo unos mates.

Los sinsabores de cualquier relación: la ruptura

Las relaciones humanas tiene siempre un principio y muchas veces un fin. Es doloroso cortar una relación, pero sucede con tanta frecuencia que nos acostumbramos a ella. No hay un lugar ni hay un momento, pero "se corta" cuando surge la necesidad de hacerlo. Casi todos pasaron por esto. Ningún manual de comportamiento habla sobre cómo sobrellevar la parte menos llevadera de los noviazgos: el quiebre, la ruptura. Acá va una propuesta para que inspecciones tu propia experiencia.

Los he visto en innumerables ocasiones. Rostros de preocupación. Miradas perdidas, más allá del horizonte de cemento, de mar, de campo o de selva. Los he visto a la salida de las estaciones, de los boliches, buscando, en los portales, refugio del sol, del viento o de la lluvia. Los he visto en las escuelas, en las calles, en los trabajos; los he visto por la vida misma; en los bares, los paseos y hasta en los cines. Los vi por donde quiera que haya gente, sea cual fuera el lugar.

Saben que queda poco y sus mentes juveniles (mucho más allá de las edades) repiten frases de novelas (aprendidas en las radios, la TV o los impresos), de las nuevas o de las antiguas, como eco de novelitas rosas que tocan las fibras más sensibles del corazón. Ellas se ensimisman; ellos buscan respuestas a preguntas que nunca han hecho ni harán. No tienen más de treinta años pero eso no importa. Lo que dicen o dejan de decir no se encuentra en ningún manual de comportamiento para sobrellevar citas amorosas, porque estos manuales nunca les han informado sobre la parte menos llevadera de los noviazgos: el quiebre, la ruptura.

Si los he visto, quiere decir que pudo hacerlo. Soy la vida misma o quizás, el amor, o lo que fuera, capaz de poder verlo desde afuera y contarte, querido lector, todo lo que puedo ver.

Los vi, decía, en todo el mundo pero te cuento lo que vi en todo Misiones, en la calles de asfalto de Posadas y en la tierra colorada, en los balnearios o las plazas de los pueblos: podrían haber terminado en un bar. Podrían haberse paseado por las calles contándose lo mucho que se quisieron, lo poco que se toleraron y cómo los sueños de muchacho terminaron en pesadillas que los obligan a romper allí, justo ahí, en un lugar improvisado, cualquiera, que no estaba dentro de los planes ni estaba previsto. Podrían haber roto la relación en cualquier sitio pero rompieron justo ahí, donde estaban en ese momento.

Los días grises

No son pocos. Ellos normalmente se tapan la cara con las manos. Ellas, con la mirada perdida, inspeccionan en su interior. Normalmente guardan silencio. El le toma la mano y la acaricia. Ella sabe que ya es muy tarde, que los senderos del amor suelen malograrse por la maleza que nunca se ataja a tiempo y que crece, abundantemente, en el fértil campo de la incomunicación; aquella alimentada por los mismos manuales y las novelas baratas que leyeron con la esperanza de romper el cascarón.

Y allí se quedan en el día gris ya sea en un día de lluvia o de sol. Por supuesto, nunca he permanecido cerca lo suficiente para ver el epílogo. Sólo se que las escenas del acto son lentas y penosas, y que la masa de gente que corre en los alrededores, cuando el lugar es extremadamente público, no hacen más que aumentar el contrastre entre sus prisas cotidianas y estas rupturas juveniles únicas y duraderas.

Podrían romper con aullidos, reclamos, reproches, peleas, golpes o gritos. Sin embargo, el silencio imperante duele más que cualquier palabra y la lágrima que corre no logra arrastrar semejante angustia.

Repasá en tu mente

Hay tantas historias como rupturas hubo en el mundo, ya sean de relaciones secretas como de relaciones públicas, conocidas o no. Algunas tristes y otras muy divertidas, con una gran variedad de rupturas insulsas. Sin posturas, para no molestar la susceptibilidad de nadie, te cuento, querido lector, algunas de ellas.

Sólo te doy una pauta de las rupturas. El resto es una lectura silenciosa, está en tu mente. Los otros ejemplos los sabés vos de sobra, de tu propia vida. Tomate un minuto y repasalos. Simpre viene bien recordar.

La noche del poema

Ella celebraba su cumpleaños y se estuvo preparando durante todo el día. Había un tema que debía resolver esa noche pero no quería pensar en ello hasta que llegue el momento. Eran jovencitos y las reuniones entre amigos ocupaban gran parte del tiempo libre. Y el amor, ocupaba todo el restro. Los dos se prepararon durante todo el día: ella debía estar espléndida, distendida, relajada; el la quería agasajar. Ella se ocupó todo el día de si misma y no era para menos. El pensó en ella todo el día. Por la noche se vino el caos.

La reunión entre amigos y compañeros de estudio se realizó en un bar: llegaron todos y cuando la cumpleañera entró, su amado salió a su paso con un poema. Ella lo miró, suspiró profundo y como al pasar le dijo que su amor por el "ya fue". Le agradeció el tiempo y la intención y después confirmó ante sus amigos lo que los íntimos ya sabían: retomaba su antiguo noviazgo después de darse cuenta que seguía enamorada de él. El novio (ahora ex) tomó el poema y se marchó, triste, por perder el amor y ser desplazado sin contemplación: la ruptura fue en un bar, frente a todos los amigos en común.

La maldita carta

Es cierto que una carta anónima no puede terminar con una historia de 20 años, pero les pudo asegurar que puede ser la gota que faltaba para que se desencadene la tormenta que se lleve el último resquisio que quedaba del amor. Aunque debo también admitir que en las historias de amor que se rompen siempre hay un corazón que queda con la carga de lo que se termina sin que lo hayamos querido.

Lo cierto es que la relación tenía antecedentes de infidelidad, superados únicamente por el amor, o la costumbre, o vaya a saber qué... Para entonces solo alcanzaba con una carta anónima para que el castillo termine de desmoronarse. Y la carta apareció. Estaba allí, en el cajón de su escritorio, adonde ella fue en busca de unas facturas para pagar. Vio el sobre sin remitente, cerrado, y no aguantó. Tenía que abrirlo. Y lo abrió. No estaba dirigido a nadie, pero era para él, al menos eso creyó ella por algún tiempo, el suficiente como para enrrostrarle los dolores que acumulaba de otros tiempos y echarlo de la casa con la bronca y la impotencia que se siente cuando no se sabe qué hacer. Y se fue...

A los pocos días un desconocido la llamó por teléfono. "Se que está mal con su marido por una carta", dijo... "y usted quien es?"... "estoy en su misma situación, mi esposa encontró una carta entre mis cosas, una carta que yo no sabía que existía..."... "qué, cómo?"... "si, parece que en nuestro lugar de trabajo alguien se dedicó a hacer este tipo de bromas..."

Invitó al desconocido a cotejar las cartas. Eran la misma. Misma letra. Mismo texto. Era una broma. Una maldita broma de un maldito irresponsable.

El no volvió a casa. Ella lo esperé mucho tiempo. Alguien, en algún lugar de esta ciudad, les dió el empujoncito final.

La confusión

Después de 3 años y medio de noviazgo, se separaron cinco días, para vistar cada uno a su familia. El fue a buscarla a la facultad y la acompañó de compras por el centro. Ella de repente dijo: "hay algo que te tengo que decir". El imaginó de qué se trataba. Cuando se sentaron a almorzar ella disparó: "este fin de semana me di cuenta que ya no te extraño cuando no estoy con vos; no se qué pasó". El quiso retrucar: "¿y un "finde" nomás te da para darte cuenta de eso? Si que sos rápida para decidir". Y entonces ella remató: "no se cómo explicarte que ya no siento nada hacia vos". El insistió: "yo te sigo amando, me gustaria seguir pero respeto tu decision". Se levantó y antes de irse, dijo: "si necesitas algo, acá estoy; sabés que te quiero y quiero lo mejor para vos".

Ella contesto: "no puedo creer que te lo tomes así; esperaba otra respuesta. Pero, no vas a confundir las cosas?". El: "obvio que no; sabés que soy de separar cada cosa y tomar todo como es" y se retiró. A la semana se encontraron de casualidad y confundieron las cosas. La confusión duró dos meses más.

El último campamento

Fue triste e incomprensible para los dos. Ella viajó 1200 kilómetros para estar juntos un fin de semana, con la intención de fortificar la relación. Algo pasó pero no lograron conectarse. El se sintió fastidiado en todo momento y ambos se supieron distantes. Salieron de "luna de miel", en carpa. La segunda jornada fue la más complicada y la tensión estalló cuando entró la noche. Intentaron hablar varias veces pero sólo lograban reproches. La tensión fue en aumento y los silencios dolían. Entonces, a pesar de la hora, él decidió poner un punto final. Se levantó, le comunicó que volvía a Posadas porque no tenía sentido seguir juntos, porque no parecía eso lo que ambos necesitaban. Tomó sus cosas, las pocas cosas y salió. Ella primero amagó detenerlo pero lo dejó ir. Lo miró marcharse desde la puerta de una carpa armada con ilusiones. La luna iluminaba el camino y dibujaba una silueta tenue que se esfumó en la noche. Y nunca supieron más uno del otro.

Texto original del Himno Nacional Argentino

 

Oid, mortales el grito sagrado

Libertad, libertad, libertad:

Oid el grito de rotas cadenas:

Ved en trono a la noble igualdad.

Se levanta en la faz de la tierra

Una nueva gloriosa nación

Coronada su cien de laureles,

Y a sus plantas recorrido un León.

 

CORO

 

Sean eternos los laureles,

Que supimos conseguir:

Coronados de gloria vivamos,

O juremos con gloria morir.

De los nuevos campeones los rostros

Marte mismo parece animar:

La grandeza se anida en sus pechos:

A su marcha todos hacen temblar.

Se conmueven del Inca las tumbas,

Y en sus huecos revive el ardor,

Lo que ve renovando a sus hijos

De la Patria del antiguo esplendor.

 

CORO

 

Pero sierras y muros se sienten

Retumbar con horrible fragor:

Todo el país se conturba por gritos

De venganza, de guerra, y furor.

En los fieros tiranos la envidia

Escupió su pestífera hiel.

Su estandarte sangriento levantan

Provocando a la lid más cruel.

 

CORO

 

¿No los veis sobre México, y Quito

arrojarse con saña tenaz?

¿Y qual lloran bañados en sangre

Potosí, Cochabamba, y la Paz?

¿No los veis devorando qual fieras

todo el pueblo, que logran rendir?

 

CORO

 

A vosotros se atreve Argentinos

El orgullo del vil invasor:

Vuestros campos ya pisa contando

Tantas glorias hollar vencedor.

Mas los bravos, que unidos juraron

Su feliz libertad sostener,

A estos tigres sedientos de sangre

Fuertes pechos sabrán oponer

CORO

 

El valiente Argentino a las armas

Corre ardiendo con brío y valor:

El clarín de la guerra, qual trueno

En los campos del Sud resonó.

Buenos Ayres se opone a la frente

De los pueblos de la ínclita unión,

Y con los brazos robustos desgarran

Al ibérico altivo León.

 

CORO

 

San José, San Lorenzo, Suipacha,

Ambas Piedras, Salta y Tucumán,

La Colonia y las mismas murallas

Del tirano en la Banda Oriental,

Son letreros eternos que dicen:

Aquí el brazo argentino triunfó:

Aquí el fiero opresor de la Patria

Su cerviz orgullosa dobló

 

CORO

 

La victoria al guerrero argentino

Con sus alas brillantes cubrió,

Y azorado a su vista el tirano

Con infamia a la fuga se dio;

Sus banderas, sus armas se rinden

por trofeos a la libertad,

Y sobre alas de gloria alza el pueblo

Trono digno a su gran majestad

CORO

 

Desde un polo hasta el otro resuena

De la fama el sonoro clarín,

Y de América el nombre enseñando

Les repite, mortales oíd:

Ya su trono dignísimo abrieron

Las provincias unidas del Sud.

Y los libres del mundo responden

Al gran pueblo argentino salud

 

CORO

Partera, por amor a la vida

Su nombre es María del Pilar Villaba pero todos la conocen como la Abuela Guimaraez. Por más de 40 años fue la partera de los más necesitados. Cuidó a mujeres extrañas como si fueran sus hijas. Su historia y su calidez, en una entrevista realizada en 2003.

Toda guerra trae consigo consecuencias nefastas. Muerte, caos y familias enteras dispersas. Y otras indirectas, personas que escapan de su país en busca de un futuro mejor o, como en este caso, algunas que ayudan el crecimiento de una ciudad. Y vaya paradoja: llegó escapándole a la muerte y aquí ayudó a dar vida a cientos de personas a lo largo de más de 40 años como partera.

En el año 1934, mientras paraguayos y bolivianos se desangraban en defensa de lo que ambos consideraban su territorio en la llamada Guerra del Chaco, María del Pilar Villalba, con solo 14 años, llegaba a tierras argentinas desde su Paraguay natal, para escapar del conflicto.

"Yo llegué soltera pero acá conseguí para mi novio”, dice. Un año después de su llegada, en 1935, se casó con Pedro Guimaraez, con el que tuvo diez hijos y quien, según cuenta su viuda, era un hombre generoso y solidario. Estas cualidades también fueron suyas y permitieron que la Abuela Guimaraez ayude a una gran cantidad de mujeres, en su mayoría de escasos recursos, quienes dieron a luz a sus hijos en el calor de un hogar, el de la Abuela, “porque antes había más pobreza que ahora”, afirma".

"Estas mujeres llegaban descalzas, con hambre; entonces lo primero que yo hacía era lavarles los pies con agua caliente”.

"Me encanta ayudar"

De sus comienzos como partera recuerda que se inició por necesidad y porque “en esos tiempos el hospital estaba muy pobre, muy mal. Nosotros vivíamos solos en la zona de Mbopicuá y ahí tuvo lugar mi primer parto; antes no había casi nada allí pero a cualquier hora llegaba gente..., hasta del Paraguay llegaban, sin nada. Venían porque nosotros les dábamos todo. Yo tenía mucha voluntad porque me encanta ayudar a mi prójimo”, asegura en voz pausada, baja y aún con los matices de su lengua natal.

Los partos los realizaba en su casa o si la venían a buscar, en el domicilio de quien la necesitaba. "Cuando llegaba a una casa y veía a mi paciente enferma, caminando por ahí, le decía... vení a sentarte, yo te voy a lavar los píes con agua tibia. Ellas tenían vergüenza porque nunca tuvieron a alguien que les lavara los pies. Yo lo hacía porque ese era mi deber”, resaltó.

A la abuela le gustó contar su historia. Durante la charla estaba cómoda, tranquila. Abundó en detalles que enriquecieron su relato. Recordó, por ejemplo, que acostaba a las parturientas en la cama y les decía que ya estaba por venir el bebé, "les ponía un trapo tibio, sobre todo en invierno. Después de un rato, casi sin pensarlo, el bebé ya nacía".

Contaba con la ayuda de sus hijas cuando recibía pacientes en su casa. Ellas, además de lavarles los pies a las pacientes, fabricaban pañales con trapos y ropitas para los recién nacidos. Su esposo mataba animales de su propio gallinero para preparar la sopa. “Tuve la suerte de que él fuera muy generoso, lo último que teníamos lo compartíamos con todos”, recuerda.

Leña y agua tibia

Eran otros tiempos y trabajaba con lo que había a mano. Usaba leñas para lograr calor y para calentar a la parturienta, colocaba carbón debajo de la cama. “Yo llenaba de agua tibia una bolsa de goma y allí cobijaba a los bebés”, contó, antes de recordar con pena a "aquellas tres nenitas de Uruguaí que murieron de frío: si nacían conmigo, eso no hubiera sucedido; yo me sacaba la ropa y las envolvía. De frío no iban a morir conmigo”, dijo con seguridad.

El sustento de la familia Guimaraez salía del trabajo en la chacra: tenían unas catorce hectáreas y don Pedro, quien falleció en 1969, acarreaba maderas desde Cuñá Pirú hasta Puerto Rico, con un carro impulsado por tres bueyes.

La Abuela vive hoy en el barrio aledaño al hospital de Puerto Rico. Recuerda que una vez un médico local quiso denunciarla porque ella no era enfermera y no tenía estudios, pero esa acusación no prosperó. “Yo atendía en mi casa, eso es lo que no le gustaba al doctor, porque estando cerca del hospital la gente venía aquí”.

Pero la Abuela Guimaraez no era la única partera de la zona. “Estaba también doña Catalina Freiberger; ella tenía mucho trabajo con su gente. En esa época la gente era muy racista”, tanto que recuerda una anécdota: “una vez atendí a una señora alemana que no me habló en todo el parto porque había pedido a doña Catalina, y cuando habló, solo lo hizo en alemán”, comentó con una sonrisa.

María del Pilar Villalba, más conocida por su apellido de casada como Abuela Guimaraez, a los 86 años recién cumplidos -nació un 12 de octubre- dice que todo lo que hizo “fue en nombre de Dios. Porque él me tomó como un instrumento suyo para ayudar a dar vida. Por eso nunca cobré por mi trabajo, porque lo hacía de buena cristiana”, asegura.

Los casos más raros

Cuenta que entre los casos más curiosos le tocó ver nacer a una criatura sin cabeza. “Yo tocaba a la madre pero no encontraba la cabecita del bebé. Pensaba "qué raro es este parto". Le agarraba contracciones pero no era natural porque no hallaba la cabeza. Mandé llamar a un doctor pero este llegó cuando había nacido ya la criatura. No quise decirle a la mamá lo que pasaba porque el niño estaba vivo. Respiraba. El doctor me dijo que no me asustara, que eso solía pasar y lo tomó de una manera muy natural. Hasta hoy no me explico cómo fue posible ese nacimiento. El niño vivió pocos minutos y nació con unos cuatro kilogramos”.

El otro caso es el de “un bebé que era muy chiquito. Nosotros no los pesábamos, pero a este si, por su curioso tamaño, tenía 90 gramos. Yo dejé a mi bebé en casa para estar con este, porque parecía un muñeco. Lo calentaba con la bolsa de agua tibia. Cuando le mostramos al doctor el bebé, él le dijo a la mamá que siguiera haciendo lo mismo para que el bebé se acostumbrara y no extrañase lo que le hacíamos en casa. El chico estaba bien sanito”.

El último parto

"Hace unos seis años vino una señora a buscarme para que fuera a atenderla. Yo le dije que no porque ya estaba muy vieja, ya no tenía fuerzas, ya no me sentía capaz y que en el hospital había buenos médicos".

Sin embargo, esa tarde vino su esposo "a contarme que la señora lloró porque quería tener a su hijo conmigo y que no sabía qué iba a hacer porque no quería parir en el hospital. El señor me ofreció plata para que atendiera a su señora pero no acepté su dinero, porque yo nunca trabajé por plata; yo trabajé siempre por amor. Entonces le avisé que iba a ir para ayudarla. A los tres días nació el bebé. Desde ese momento dije que esa sería a última criatura que hacía nacer”.

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La familia

Después de ayudar a dar a luz a cientos de mujeres, la Abuela Guimaraez tiene 24 nietos de los cuales 23 nacieron con ella, “menos el último, que nació en una clínica. Este nació con problemas en el ombligo, en cambio los que lo hicieron conmigo no tuvieron problemas”. A su vez tiene ocho bisnietos y diez tataranietos

Recetita de cocina: pavo al whisky

Imperdible, divertida receta que anda dando vueltas por la red...

Ingredientes: - Un pavo de unos tres kilos - Una botella de whisky - Unas tiras de panceta - Aceite de oliva - Sal y pimienta.

Paso 1: Rellenar el pavo con la panceta, atarlo, salpimentar y echarle un chorrito de aceite de oliva.
Paso 2: Precalentar el horno a 180º durante 10 minutos.
Paso 3: Servirse un vaso de whisky para hacer tiempo.
Paso 4: Meter el pavo al horno.
Paso 5: Servirse otro vaso de whisky y mirar el horno con ojos ligeramente extraviados.
Paso 6: Boner el terbostato a 150 gramos, grabdos y esberar veinte binutos.
Paso 7: Servirse odro vdaso, odros pasos.
Vaso 8: Al cabo drun drato, hornir el abro bara condrolar y echar un chodreto de pavo al güisqui y odro de güiski a uno bismo.
Baso 9: Darle la vuelta al babo y quebarse la bano al cerrar elorno, bierda que queba...

passso 10: Ir la beladera a buscar bielo para da kemabura e ponerle al guisqui, y al pavo.
Passso 11: Indentarr sentarrse en uda silla y sebirrrse unosss chupitosss bientras pasan los binutos.
Parso 12: Retirar el babo del horrrno y recogerrrlo del suelo con un trapo, embujandolo a un blato, bandeja o ssssimilarrr Faso 13: Romberssse lacrisssma al refalar en la grasssa.
Paaasso 14: Indendar levandarse sin soltarrr la bodella y drasvariosss indendosss, decidirr guedar en el sssssuelo
bAssssso 15: Appburar la potella y adrastrarse hasda la gama.
Paso 16: Despertarse a la mañana, tomarse 2 cafes, levantar el pavo, la botella limpiar todo y apagar el horno.